Cuando lo conocí me pareció una persona que no divaga demasiado. Conversar con él es como sentarse a contemplar el lago: lo suficientemente misterioso como para entender que a veces es necesario conservar el silencio, concentrarse en el ruido del agua, y observar cómo la luz penetra lo suficiente para regalarnos turquesas y celestes. Algo tan simple y natural como un beso, como autorregularse con un abrazo, como prestarle atención al recorrido del aire en nuestros pechos. No divaga mucho, es verdad, pero logra profundizar. Tengo la impresión de que hay un lago en su retina. Es presente puro, un poeta instintivo.
Lo vi trabajar. Su brillo me resultó particularmente hipnótico: tiene la técnica y la invención, la magia y la visión estética, el agua y el aire. Camina por el espacio, frunce el ceño levemente, lo relaja, apunta y dispara. Vuelve a observar y piensa, piensa mucho. Sin embargo, ese pensamiento no es dubitativo, más bien es el combustible de su convicción. Ajusta la luz, el lente y vuelve a disparar. Aprende haciendo, observándose al hacer, percibiendo reacciones, afecciones... La cámara en sus manos es un verbo que precisa gerundios. Su humildad afirma que el mundo sonríe consigo.
Conocerlo fue como mirar un lago reflejar el cielo. Todos los lagos son hermosos, pero no siempre se ven celestes. Eso depende de la visibilidad que tengan, de los glaciares, del sitio, del uso de la tierra... no sé mucho más. Leí que cuanta más visibilidad haya, más colores del arcoíris absorbe. El viaje va desde los cálidos hacia los fríos. Cuando la luz viaja hacia las profundidades, si el lago tiene poca visibilidad, el único color que se absorbe es el rojo, por lo que tenderá a ser un lago marrón. Esos tienen mucho para compartir, por supuesto, pero hay que dialogarlos con otros medios. Por su poca transparencia, probablemente sea necesario sumergirse, investigar qué sedimentos fueron arrastrados hacia él, por qué tanto lixiviado de hierro, por qué motivo absorbe un solo color... una aventura a la que da miedo enfrentarse, implica forzar la atención, irrumpe, nos aturde, inquieta.
Con él no tuve miedo. La luz viaja en la medida justa para conservar la otredad. Me contó algunas cosas que aprendió al acariciar el filo de la vida. Si bien la vida es un premio en sí misma, hay ciertas cosas que se parecen mucho a ganar. Él sabe que ser es una construcción propia y constante, sabe que se equivocó, que ha hecho sufrir, que todes sufrimos, que es humano. Bueno, la parte de la humanidad la agregué yo. Él es una persona que cree en lo bueno y lo malo de las intenciones. La negatividad, según su experiencia, no necesariamente viene del error. Con el error se juega y se aprende, puede reconocerse y ser herramienta para ser mejor persona. El hecho de lastimar tras un error necesariamente implica que haya transparencia y la transparencia es una cualidad que este muchacho cuida mucho (un poco gracias al psicoanálisis y otro poco por naturaleza y personalidad), pero que entendió que no es algo que le interese a todas las personas.
Bajo ninguna circunstancia tomé su misterio como algo personal sino todo lo contrario: me alivió. Frente a mí estaba una persona que conserva su propio límite y con ella fui sólo yo. Algo tan simple y natural como un abrazo.
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